López y Goebbels
¿Nos hemos acostumbrado a la descalificación y persecución del poder?
El presidente López llamó “Hitler” al publicista Carlos Alazraki. No solo lo hizo el 29 de junio, sino también al día siguiente, el 30, a pesar de que muchos le señalaron en varios tonos la gravedad de la acusación y que la propia Comunidad Judía, a través de un comunicado, hizo un llamado para evitar el uso de ese adjetivo. El "argumento" (es un dicho) del presidente es que es (Alazraki) un hombre "muy conservador". Ser conservador y hitleriano no son sinónimos, por supuesto, pero a AMLO eso no le importa. El propio Carlos se declaró "neoliberal, fifi y orgullosamente judío".
Por cierto, Hitler no era un conservador, era un hombre de ideas radicales, cercano al populismo. Detestaba la aristocracia y el antiguo statu quo alemán, que desmanteló. Necesitaba crear un enemigo y lo identificó en todos los que no pertenecían a la raza aria: judíos, gitanos, comunistas, negros, etc. Atacó y descalificó a todos los que no estaban de acuerdo con sus ideas. Además, era partidario de concentrar todo el poder del Estado en su persona. Con estas características, ¿quién se parecerá más a Hitler?
No es raro que López Obrador acuse a sus oponentes de usar la repetición de “mentiras” como arma en su contra, y luego los acuse de usar la táctica de Goebbels. Si los jesuitas en México señalan que vivimos en algo muy parecido a un estado fallido, les dice que “están pergollados por la oligarquía”; si la Iglesia Católica de Jalisco informa que muchos templos pagan piso al crimen organizado, los descalifica como mentirosos ("tenemos que investigar, pero no tenemos informe de eso. Puede ser mentira"); Si le dicen que la situación en el aeropuerto Benito Juárez es caótica, responde que está exagerando y que detrás de todo esto están sus adversarios que no están contentos con su gran transformación; si la comunidad judía lo llama a moderarse, responde que no tiene "carta blanca". ¿Quién se parece más a Goebbels?
Podríamos dedicar todo el día a este ejercicio, pero en realidad todo se puede resumir en una frase: son excusas para el fracaso, meras distracciones. Que un analista o periodista compare a AMLO con Hitler o Goebbels puede ser inexacto o certero, pero será un tema que tendrán que valorar los destinatarios, pero que el presidente le diga a un ciudadano, judío por si fuera poco, que es hitleriano es no sólo inexacta sino insultante y peligrosa. Las desigualdades son evidentes. Uno tiene el poder del estado y grupos de seguidores fanáticos dispuestos a ir más allá para complacer al presidente. Si acusa a los legisladores opositores de traición a la patria, los morenistas van y los demandan legalmente ante la Fiscalía General, siempre deseosos de vencer los deseos del capo. A esto se suma el aparato propagandístico y político que tiene a su servicio. El otro es una persona exitosa, pero sin un poder mínimamente equivalente.
Se puede señalar que AMLO es populista como Chávez; neoliberal como Trump; repetir mentiras como Goebbels; pero está claro que no es Chávez, Trump, Goebbels, Hitler o Mussolini. Tampoco son sus detractores uno de esos u otros personajes históricos. Desafortunadamente para López, no se acerca ni a un Mandela, un Gandhi o un Benito Juárez. Es un presidente más con aires. Si lo miramos desapasionadamente, ha sido un presidente vergonzoso, con proyectos proactivos y estilos de confrontación que afectarán gravemente a la sociedad, la economía y la política durante años.
Ante el ataque del presidente, una persona debería poder decir: no necesito que nadie me defienda, la ley y una democracia sólida me defienden, pero no es así. Hay persecución política contra intelectuales (Krauze, Aguilar Camín), medios de comunicación (Reforma, Universal), periodistas (Loret de Mola, Aristegui), instituciones (INE, INAI). Son citados en la mañana como corruptos, traidores, mentirosos e hipócritas, entre otros calificativos. Sus finanzas y propiedades están siendo investigadas y me temo que sus movimientos están siendo vigilados. Hay presos y perseguidos políticos como Rosario Robles y Ricardo Anaya, este último acusado por Lozoya, exdirector de PEMEX, sin pruebas sólidas. Nos hemos acostumbrado a esto como si fuera normal y no lo es.
En general, el gobierno no defiende a sus ciudadanos contra el crimen organizado; en primer lugar, porque no reconoce esa cualidad de ser ciudadanos. Somos "pueblo" o adversarios, no hay más. Entonces no nos queda más remedio que defendernos unos a otros, reconociendo nuestras diferencias, pero sin que estas sean barreras imposibles de superar.
No nos acostumbremos a la persecución política ya la falta de democracia.